La fidelidad, ese concepto difuso.
Mi relación con los talleres de reparación ha sido mucho más intensa de lo que yo hubiera deseado. Mis tribulaciones como usuario/víctima de Canon no tienen cuento. He sido víctima del Error 99, del Error 01 y de muchas otras iniquidades, aunque la última fue un Error Usuario, esta sí totalmente mía. Tanto roce, evidentemente, genera cariño. En el taller te conocen por tu nombre, y con el tiempo se establece una relación basada en la confianza. Pero la confianza da asco, dicen, y la relación acaba siendo un poco la de los matrimonios de muchos años. No es que pase nada, todo correcto, pero ya no es la ilusión de antes. Te empieza a picar el gusanillo ese de probar otras opciones, de picotear un poco por ahí. Nada serio, de verdad, sólo por pasar el rato.
De modo que, cuando en mi taller de toda la vida me dijeron que la Canon estaba para el desguace, me quedé un poco mosqueado. A lo mejor fue por la falta de delicadeza, estas cosas hay que comunicarlas con tiento. A lo mejor hubiera estado bien algún gesto de solidaridad, unas palabras de aliento. Nada de eso. Una franqueza no deseada, una cierta brutalidad, cuando más necesitados estamos de afecto y comprensión.
Nada más llegar a casa, cogí el teléfono y no sin sentirme vagamente culpable, llamé a Labrelec, un taller del que me habían dado excelentes referencias.
A los pocos días, la cámara está arreglada. Sin problemas. A un precio totalmente correcto. La comunicación, excelente.
Ahora tengo mis dudas, claro. Un rencor sordo hacia mi antiguo taller hace que afloren agravios que creía olvidados. Pequeñas inconveniencias se convierten ahora en insultos imperdonables. Aquel local que antes veías vintage, ahora te parece simplemente cutre. Ya nada volverá a ser como antes.