El abuelo Cebolleta vuelve al Leroy Merlin

De nuevo en el Leroy Merlin, esperando un diferencial bipolar de 40 amperios. El equipo de comunicación, jóvenes, entusiastas y muy preparados, han decidido poner una foto en lugar de un simple cartelito. Para potenciar la experiencia de usuario, que siempre viene bien. En la foto, un empleado joven, entusiasta y muy preparado, entrega un paquete a un cliente que no vemos, porque tal vez no sea ni joven ni entusiasta, ni etc. Me fijo en la foto, deformación profesional o aburrimiento, lo que quieran, y enseguida noto algo extraño. La foto está al revés.

Que no pasaría nada, pero las letras son muy delatoras. Ponerla del derecho significaba poner al muchacho de cara a la pared, y eso arruinaría la experiencia de usuario. La solución era fácil con un poquito de Photoshop, pero por lo que fuera, decidieron que no hacía falta, que total ya ves. Y tenían razón.
Por puro morbo, inquiero a la empleada que me atiende, joven, entusiasta y tal, sobre si le ve algo raro a la foto. La chica mantiene la sonrisa profesional, pero de pronto me mira como si me hubieran crecido antenas verdes y la anterior cordialidad da paso a esa desconfianza reservada a los clientes potencialmente conflictivos. Tras este fracaso, observo al resto de la clientela buscando un poco más de comprensión. Todos miran el móvil como si les fuera la vida en ello, y cuando levantan la vista observan el entorno como las vacas mirando pasar el tren. Nadie parece interesado en la foto, ni en nada que suceda fuera de la pantalla, para ser justos.
De modo que contrataron a un fotógrafo joven, entusiasta y muy preparado, eligieron modelos, discutieron por las arrugas de la camisa, cuidaron todos los detalles, y finalmente imprimen la foto al revés aposta. Y no pasa nada. La vida moderna es así.
El problema soy yo, que no soy ni joven, ni entusiasta, ni estoy preparado para según qué cosas.