Sobre el amor a primera vista
Es curioso observar cómo se aficionaron a la fotografía todos aquellos que lo hicieron antes de que ésta se convirtiera en un deporte de masas. Cuando hacer fotos por la calle era raro, y ya no digamos tener un laboratorio montado en casa. En muchos de los casos el sujeto asiste a la ceremonia iniciática de la luz roja por casualidad, en casa de un amigo, en la escuela, donde sea, y siente una epifanía, un flechazo, un amor a primera vista instantáneo y total. Hay que reconocer que como ritual, el de la imagen latente surgiendo de la nada en la penumbra del laboratorio lo tiene todo: la puesta en escena, la magia, el misterio.
Toda esa mística, toda esa simbología y esos mitos, es lo que hemos perdido por el camino a cambio de la rapidez y la facilidad. A los que tenemos una edad no hace falta pincharnos mucho para que empecemos de nuevo con la historia de cómo nos enamoramos de la fotografía, del papel negra, del Rodinal, del Tri-X forzado, de la ampliadora Carranza comprada a plazos, del olor a vinagre, de las tardes a oscuras oyendo la radio. No soy muy amante de la nostalgia ni del antes era mejor, ni nada de eso, pero en este punto hay que reconocer que hemos sustituido todo un sistema de referentes por… nada. Qué historias contarán los fotógrafos dentro de diez o veinte años para explicar cómo se iniciaron? Hay varias opciones:
- «Fui a comprar un microondas y encontré una cámara de oferta en el MediaMarkt. Era una antigualla, y al cabo de poco la cambié por otra con tecnología DIAC (*)»
- «Estaba en casa de un amigo y con el photoshop le puso a su novia el cuerpo de Scarlett Johansson. Fue genial»
- «Cada día le hacía una foto al coche con el móvil para recordar dónde lo tenía aparcado. Un día las colgué en flickr y al cabo de un mes tenía 2 millones de visitas. La serie fue un éxito fenomenal en Arles y yo me he dejado crecer una coleta.
(*) Decisive Instant Automatic Capture