Fotowalk con Alex Webb y Annie Leibowitz
Cuando llegué al punto de encuentro ya había alguien esperando. Era una mujer, aunque eso no resultaba evidente a primera vista. Tenía la forma y el tamaño de un buzón de correos, y su cabeza era una protusión cónica de carne con el color y la textura de un bistec poco hecho. Llevaba una cámara colgando, o más bien apuntando como al cielo. Evité un escalofrío al imaginar dónde se estaba apoyando. Me miró suspicaz, de modo que, para romper el hielo, comuniquéle que yo también estaba allí para asistir al FotoWalk, y posterior masterclass, y señalé estúpidamente mi propia cámara. Su cara se contrajo un momento por el esfuerzo de procesar tanta información, y deduje que las similitudes con el buzón de correos se hacían extensivas a su capacidad cerebral. Presentóseme, como Ariadna, una integrante del grupo de facebook «Fotolocos» en la que yo había depositado no pocas esperanzas de carácter estrictamente extrafotográfico y, porqué negarlo, erótico-sentimentales. Bien es cierto que su foto de perfil (una cría de oso panda) debería haber levantado mis sospechas, pero uno de mis pocos defectos es la ingenuidad y la confianza ciega en la bondad natural del ser humano.
Hablando de seres humanos, se aproximaba hacia nosotros un mamífero adulto dotado de extremidades motoras que usaba de forma un tanto inquietante. Su desplazamiento recordaba el de un insecto al que hubieran arrancado una pata y se negase a aceptarlo. Una vez llegó a nuestra altura, pudimos comprobar que también estaba dotado de capacidad de locución, que usó para presentarse como Oscar, uno de los miembros más activos del grupo. Tenía varios tics de tipo nervioso, y no era el menos grave un temblor incontrolable en las garras que el debía considerar sus manos. Ahora nos estaba mostrando una Canon con un 18-55 que, aseguraba era lo mejor en cuestión de nitidez y rango dinámico. Era demasiado joven para tener Parkinson, por lo que deduje algún tipo de abuso de sustancias estupefacientes o falta de aire durante el parto. Tal vez las dos cosas. Sostenía la cámara entre grandes aspavientos, como quien coge a un conejo que pretende escaparse y hablaba como a tirones, dejando escapar perdigonadas de saliva que brillaban como pequeños copos de nieve al sol invernal. Llevábamos ya media hora esperando, y no había ni rastro del fotógrafo estrella de National Geographic ni de Annie Leibowitz, y mucho menos de las modelos que prometía la convocatoria. Los coches pasaban sin detenerse por la rotonda, ajenos a nuestras particulares inquietudes existenciales. El tipo estaba enseñando fotos en la pantalla de un móvil y exigía con insistencia que me acercara a mirarlas. Empecé a valorar la posibilidad de volver a casa. Era 28 de diciembre, y hacía frío.
Imágen. Robert Scoble from Half Moon Bay, USA