Pantones que no te imaginas
Todo el mundo sabe que para trabajar en la playa hay tres meses geniales, seis buenos, y tres horribles. El verano debe ser evitado a toda costa, y circular por la playa durante las horas centrales del día debería estar prohibido por las autoridades sanitarias si en este mundo hubiera un mínimo de decencia y geometría. Todo ello no sólo por las incomodidades y peligros que supone a nivel personal, sino porque la luz en esas horas es como una pedrada en la cara. Saber eso es una cosa, y aplicarlo otra. Somos profesionales, lo que significa que nuestra opinión cuenta tanto como la de los mejillones cuando los echan en la paella. No somos más que juguetes en las caprichosas manos del destino. Quien tiene el culo alquilado no se sienta cuando quiere, que dicen en mi pueblo.
Ya puedes olvidarte de horas doradas, horas azules y demás zarandajas. Eso está bien para las tarjetas descuento de la Renfe. A tí te toca hacer las fotos a la hora que puedes y te dejan, que viene a ser justo cuando cae un sol que fulmina las piedras. Esa hora en que notas algo en la nuca que debe ser la radiación cósmica de fondo de microondas.. Esa hora en que el cielo adquiere un color metálico que recuerda al de una lata de piña en almíbar tirada en un descampado. Una profundidad de color muy poco profunda. Colores pelados, histogramas cutres. Tu margen de maniobra para recuperar colores va a ser más o menos el de un ministro de finanzas griego pidiendo suelto para la máquina del café en una oficina de Bruselas.
Ese color en concreto no puede denominarse azul, evidentemente. Gris tampoco, que el gris es una cosa y esa especie de mezcla de la que hablamos otra. En su momento ya propuse cambiar la denominación del famoso Color Carne, con poco éxito, todo hay que decirlo. Al cielo este de verano yo propongo que lo llamen Azul Chernóbil, pero con el caso que me hacen, pues como que ya ves.
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