Como el analógico no hay nada
Hace poco tuve ocasión de presenciar una exposición de fotografía analógica a tope. Un trabajo de esos que notas que alguien se lo ha tomado en serio. Que el autor se ha molestado en escoger aquél papel baritado que cuesta tanto de encontrar pero que es el único que confiere a las imágenes la textura adecuada. Del proceso de revelado, de la elección del negativo, de las dudas sobre si esta copia es realmente perfecta o habría que matizar un poco más los negros, de todo eso mejor ni hablar. Todos sabemos como son los fotógrafos con sus cosas. Especialmente cuando hablamos de procesos analógicos.
Les dejo una muestra para que se hagan una idea, aunque a lo mejor, ahora que lo pienso, no se van a poder entregar a la contemplación de la magia de las sales de plata. Tal vez sea por las dos hileras de fluorescentes. Tal vez. O a lo mejor lo que molesta es el reflejo de las ventanas con las rejas anticacos. A lo mejor.
Desplazarse en vivo y en directo para contemplar una exposición implica un cierto esfuerzo, y debería ser un motivo de gozo y disfrute, pero pasa lo mismo que con el cine. No es lo mismo ver una película pirateada en el comedor de casa que irse al cine centro comercial, con pantalla grande y Dolby Brutal Sound. La única pega es que en el cine tienes que aguantar al pesado de atrás mascando palomitas o hablando por el móvil.
En este caso viene a ser lo mismo. La vida es así, no hay gozo sin dolor. Qué se le va a hacer
Fotografía: J.M. Castro Prieto